Haber batido todos los récords de taquilla con «Cabaret» y volver dispuesta a revalidar el éxito con «Chicago» son motivos más que suficientes para sospechar que Natalia Millán se ha convertido ya en la reina de los musicales de nuestro país. Tal cual. Por eso se lo decimos nada más arrancar la charla, pero no crean que la actriz admite el cumplido sin más, sino todo lo contrario: «No me digas eso; yo soy una curranta del espectáculo, sólo eso». Está bien, ella podrá replicar lo que quiera, pero lo cierto es que, acostumbrados a aplaudir lo ajeno y mirar escépticos lo propio, no hacemos mal en dar fuste a la carrera de una mujer que baila, canta e interpreta como pocas mientras otras se dedican a buscar el minuto de gloria warholiano en los circos mediáticos. Y, llegados a este punto, sí estamos de acuerdo. Incluso en la posibilidad de que en estos tiempos de crisis el teatro vaya mejor que nunca gracias a que el público se ha hartado al fin de tanto contemplar «frivolidades y cosas de mal gusto», como dice ella. Lo cierto es que, ajena a ruidos que no provengan de los tacones de «Chicago», Natalia lleva meses inmersa en los preparativos del que promete ser el musical de la temporada –se estrenará en el teatro Coliseum de Madrid el próximo 27 de noviembre–, trabajo que compagina con los rodajes de «El internado» (Antena 3). La faceta televisiva de Natalia en series como ésta y «Un paso adelante» sirvió para que todos la conociéramos un poco más, pero no para saber que detrás de esta mujer de rasgos angulosos y cuerpo pluscuamperfecto se oculta la misma que dio sus primeros pasos como cantante y bailarina profesional. Así, en su currículum se cuelan datos tan curiosos como su paso por la Compañía Nacional de Danza, con la que trabajó en «Mata-Hari», de Marsillach, y «La reina del Nilo», entre otras producciones. O mejor aún: en 1987 colaboró con Luis Eduardo Aute en el disco «Templo», donde interpretaba varios temas. Mucho ha llovido desde entonces, pero Natalia sigue teniendo mono de musical, el mismo que le surgió cuando vio «All that jazz», de Bob Fosse, autor de «Chicago», y decidió que quería vivir de esto: «Fue mi motor de arranque y aún me da gasolina para seguir». Tanta, que cuando la llamaron para interpretar a Velma Kelly en el conocido libreto –papel que en el cine encarnó Catherine Zeta-Jones–, Natalia no lo dudó un segundo. Eso sí, nos pide que no le preguntemos por la última película que ha visto ni por el libro que tiene en la mesilla de noche: sin un minuto libre entre un guión y otro, de momento no hay espacio para el ocio en su vida. Trabajo duro, como el que exigía aquella profesora de «Fama», que para la actriz significa volcarse al cien por cien en dar vida a su «alter ego». ¿Su secreto?: «Poner el corazón y darlo todo, hasta el más mínimo movimiento, para que esto salga adelante». Dicho lo cual, Natalia se despide con un sonriente «mucha mierda» y la promesa de vernos de nuevo la noche en que se abra el telón.
fuente: La Razón (24.10.2009)