Natalia Millán: «Pienso que el tiempo juega a favor de los actores, volviéndoles más interesantes»

Asegura sentirse una intérprete con suerte y basa su carrera en una disciplina férrea, que le está permitiendo convertirse en una presencia imprescindible de los escenarios. Pero no descuida su vida privada ni su afición por la cocina, donde aún se considera una mera aprendiz.

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Ha pasado de protagonizar las comedias musicales más notorias de la cartelera vestida de lentejuelas a ceñirse un sobrio modelo negro para interpretar a una viuda de posguerra en Cinco horas con Mario, el legendario monólogo de Miguel Delibes, donde toma el relevo de la actriz Lola Herrera tras treinta años en cartel. Esta circunstancia ha disparado a su alrededor todas las expectativas. Pero Natalia Millán no es de las que se arredran y permanece ajena a las presiones sin descuidar por ello sus constantes apariciones televisivas, gracias a las cuales se ha convertido en un personaje muy popular; las clases de canto y baile o esa faceta privada que está consiguiendo mantener bajo llave contra viento y marea. Con la sobriedad propia de las corredoras de fondo, la actriz madrileña sabe que la continuidad es la clave de su éxito y procura no dejarse abrumar por el repentino aluvión de críticas donde se la califica como de “auténtico fenómeno teatral”, por las numerosas peticiones de entrevistas o por el estruendoso eco de los aplausos del público, que asciende hasta ella cada tarde desde el patio de butacas.

Con esta obra ha pulverizado usted su imagen de estrella del musical.
Como ese tipo de funciones son tan faraónicas y tienen tanta repercusión parece que me he pasado la vida cantando encima de los escenarios, pero en realidad solo he interpretado dos. Lo que sí he hecho es mucho teatro de texto, comedia y televisión. Sin embargo, la verdadera singularidad de Cinco horas con Mario está en que se trata de un texto conocidísimo por todo el mundo, casi podemos hablar ya de un clásico. Es un monólogo representado durante casi treinta años por una misma actriz, en este caso Lola Herrera, lo cual suscitaba un morbo tremendo a la hora de las comparaciones.

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Lola está considerada una gran dama de la escena en España. ¿Entre en sus planes figura heredar también ese estatus?
El sueño de cualquier actriz, y de unos cuantos actores también, es convertirse en una gran dama de la escena. Naturalmente que a mí me encantaría llegar a ganarme esa consideración, pero me temo que no depende solo de mí. Creo que estoy teniendo mucha suerte, porque con estos tiempos que corren no me falta el trabajo y eso ya es mucho decir. Conozco intérpretes mucho mejores que yo a quienes no les queda más remedio que quedarse sentados en casa, esperando que alguien los llame.

En su caso no es aplicable ese tópico de que no hay papeles para mujeres con más de cuarenta años. ¿Le asusta el paso del tiempo?
Por un lado me da miedo cumplir años, porque, efectivamente, existe la opinión generalizada de que, a partir de determinado momento, dejas de existir para la industria. Pero, por otro, pienso que el tiempo juega a favor de los actores, aportándoles vivencias, volviéndoles más interesantes y llevándoles más allá de los físicos meramente pirotécnicos. Habrá que esperar a ver, aunque yo, por si acaso, ya estoy cruzando los dedos.

¿Cómo se plantea una mujer de nuestro tiempo dar carne mortal a Carmen Sotillos, una viuda provinciana en la España de posguerra?
Abordé el trabajo sin ningún miedo, aunque sí con mucho respeto. Lo que estuvo a punto de provocarme un verdadero ataque de pánico fue la presión externa que se generó en torno al estreno en Valladolid, que además era la tierra tanto de Miguel Delibes como de Lola Herrera. Todo el mundo se me echó encima, diciéndome: ¿Cómo te atreves, con esos antecedentes? Porque también hay que decir que en esta versión trabajo con el mismo equipo de producción e idéntica directora, Josefina Molina, que llevó a cabo el anterior montaje. Así que decidí coger el toro por los cuernos y le pedí su opinión a la propia Lola, quien me dio un consejo muy sencillo, pero que a la larga ha resultado de lo más práctico: confiar a ciegas en el libreto y dejarme llevar por el ritmo de la obra, que es una de las grandes creaciones literarias de nuestro siglo. Realmente, ahí estaba todo.

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Imagino que al principio no le resultaría fácil.
Había zonas oscuras que yo no llegaba a captar, porque la protagonista tiene una mentalidad absolutamente extendida para aquella época pero que, en la actualidad, te deja un poco perpleja y suena como marciano. De todos los personajes que he interpretado probablemente este sea el que menos tiene que ver conmigo. Lo que más me sorprende es su absoluta represión, esa forma de defender algo cuando se está deseando hacer justamente lo contrario. Creo que en ese sentido las mujeres hemos avanzado bastante, aunque todavía quedan muchas batallas por ganar y aspectos por equiparar con el hombre.

¿Por ejemplo?
Bueno, en el terreno sexual se han dado pasos de gigante, pero laboralmente todo el mundo sabe que somos igual de capaces, si bien todavía no se nos trata igual a nivel de salarios. Aún queda un largo camino por recorrer en muchos sentidos. Lo que sí me parece interesante destacar es la vigencia que mantiene la obra respecto a determinados clichés propios de la idiosincrasia española, como el racismo o la distancia entre unas clases sociales y otras, que en estos últimos años se ha profundizado de manera manifiesta.

Durante los últimos años ha ganado una considerable fama gracias a sus trabajos televisivos. Sin embargo, creo que llegó a la pequeña pantalla casi por necesidad familiar.
Yo renuncié al teatro para formar una familia; en aquellos días era muy bohemia y solo buscaba la relación directa con el público, pero cuando me quedé embarazada me vi obligada a buscar mayor flexibilidad de horarios. Entonces me ofrecieron un protagonista en lo que después se convertiría en el primer culebrón de las televisiones privadas en España, El Súper. Y para mí supuso un máster acelerado del cual no reniego en absoluto, a pesar de que en principio no me apetecía nada hacerlo. Aprendí muchísimo sobre lo que supone trabajar en la tele y, además, luego eso se nota mucho en la taquilla, que es a fin de cuentas lo que más me interesa.

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Así pues, lo de la televisión se trata de una cuestión de mera rentabilidad.
Para mí, la fama debe ser una consecuencia de tu trabajo, no un fin en sí mismo. Creo que la gente joven que llega a las escuelas, sean de interpretación, de baile o de lo que sea, tiene demasiada prisa. En este tipo de trabajos no se puede ir contra reloj, igual que hacer un buen vino también requiere su tiempo. Necesitas unas condiciones para ir madurando, las cosas se hacen bien cuando se alcanza el nivel de profesionalidad necesario. No se puede pensar que por salir un día en la televisión ya se tiene todo ganado.

No parece usted ávida de notoriedad.
La verdad es que a mí no me gusta la fama; soy esencialmente tímida y me encanta ir observando a la gente por la calle. Así que, cuando de repente pasas a ser tú el observado, la situación puede volverse muy incómoda. Pero procuro tomármelo como el reconocimiento a mi trabajo. Es algo que yo no busco, aunque es real y también hay que reconocer que luego saco partido a la reacción de la gente con las entradas que vendo en el teatro, así que no me parece justo quejarme.

Mantiene usted una relación de muchos años con el también actor Juan Gea. ¿Cómo es su día a día? Cuando discuten, por ejemplo, ¿lo hacen en clave de alta comedia, emulando a Katharine Hepburn y Spencer Tracy, o son más de emplear versos en plan Shakespeare?
¡Uy, no, por favor! En la vida diaria la relación entre dos actores es como la de cualquier pareja. Tiene una parte muy buena, porque los intérpretes somos gente muy compleja con muchas inseguridades y comprendernos resulta muy complicado, así que resulta mucho más fácil cuando el que lo hace pertenece a la profesión. Y luego, a mí particularmente nuestras discusiones me parecen terribles, pero a lo mejor vistos desde fuera resultamos muy cómicos y teatrales, no lo sé. En cualquier caso, os vais a quedar con la duda, porque no tenemos intención de dejaros comprobarlo…

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Hablemos, pues, de sabores. Si registra el mapa sensorial de su infancia, ¿qué le viene a la memoria?
En los planos olfativo y gustativo tengo una verdadera fijación con las violetas; cuando era pequeña, una de mis tías nos regalaba caramelos de violetinas, y también violetas escarchadas, dos dulces que me volvían verdaderamente loca. Son las cosas más exquisitas del mundo. A partir de ahí mi color favorito pasó a ser el violeta, cuando iba al parque de atracciones me subía en los coches de color violeta, comencé a llevar colonia de violetas y a mi hija ya te puedes imaginar el nombre que le puse. Esto lleva camino de convertirse en una verdadera obsesión.

Debo reconocer que tiene usted aspecto de ser una excelente anfitriona en la mesa.
Muchas gracias, me encantaría saber cocinar bien, pero no puedo dedicarle el tiempo necesario. De hecho, no me metí en una cocina hasta después de haberme convertido en madre, pero admiro muchísimo a la gente que tiene ese talento. Lo que me parece precioso es homenajear a mis amigos dándoles de comer. Mi hija, con 18 años, se atreve incluso con la cocina japonesa, que es algo que me encanta. Sin embargo, me interesa muchísimo el mundo de las hierbas, de las especias, los aromas… y ahora que os he conocido a vosotros, prometo que voy a iniciarme también en el de los vinos.

Un programa de televisión
Un globo, dos globos, tres globos. Y de los que yo he hecho, Un paso adelante.
Un sueño
Interpretar El sueño de una noche de verano, de Shakespeare.
Un paisaje
Los atardeceres de Madrid.
Una espina clavada
Me habría gustado tener más hijos, una familia verdaderamente numerosa.

fuente: Sobremesa

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