Natalia Millán no es una estrella. Si llegara a serlo, estrella, “infalible”, dejaría de ser lo que es en realidad: una actriz integral que hace ya 200 funciones anda con el sueño partido por sus noches de ‘Cabaret’. Es Sally Bowles, el personaje que Liza Minelli inmortalizó en el filme de Bob Fosse, y que Sam Mendes adaptó para el teatro.
Natalia se acuesta tarde, temprano acompaña a su hija a la escuela, después hace sus cositas (como esta entrevista) y vuelve a dormirse, contenta. Lleva en esto de la dramaturgia, la danza y la canción desde los 16 años. Empezó en los musicales, luego trabajó con las mejores compañías de teatro y, un día, hace ocho años, fue madre: desde entonces, ése es el papel más importante de su vida. Para poder mantenerlo, después de dos años de reflexión y crianza, entró en la televisión, y a la segunda prueba la eligieron para protagonizar ‘El Súper’, luego vino ‘Policías’ y ‘Un paso adelante’. La popularidad. Y con ella, ahora, el primer papel protagonista en el cine: ‘Nubes de verano’, una especie de “thriller” sentimental dirigido por Felipe Vega y escrito por Manuel Hidalgo, donde se cuenta que la pareja es siempre vulnerable. Natalia Millán es una mujer de corazón grande, emocional, muy capaz de amar, que sin embargo sabe que para no sufrir en la vida hay que ser objetivo.
¿Le asusta ser famosa?
No, asustarme, no, pero tampoco me fascina. Me gusta el agradecimiento, las reacciones a mi trabajo, que llegue a mucha gente. Pero que me conozcan por la calle no estaba, digamos, entre mis objetivos.
¿De dónde le viene esa desconfianza?
No tengo ninguna fobia a la popularidad, pero estaba tan a gusto con mi anonimato… Me encanta observar, ir por la calle observando, y en el momento en que pasas a ser tú el observado, la cosa se pone difícil: te condiciona esa libertad.
En un mismo año protagoniza ‘Cabaret’, el musical que de adolescente le contagió la vocación, y estrena su primer papel protagonista en una gran película, ¿qué es el destino?
Pues no lo tengo muy claro. Me pasa como con Dios, no sé si existe, pero me gustaría pensar que sí; en cambio, el destino, que todo esté predeterminado, me asusta. En la vida hay muchas coincidencias que te hacen pensar que todo tiene un porqué, pero mi opinión se acerca más a aquello de andando se hace camino.
¿Fue el destino o fue la tele?
Es cierto que sólo a partir de la tele me han dado trabajos de gran responsabilidad. Yo no reniego de la tele, porque me ha dado de comer, he aprendido mucho y me ha permitido una proyección privilegiada.
¿No corrompe la tele el mundo dramático?
Es un producto de consumo y de elaboración muy rápidos, que no permite profundizar, pero se trabaja mucho y con los reflejos a tope: hay que tener cintura, porque los giros dramáticos son constantes. No, no creo que corrompa: simplemete tiene un registro diferente. Pero al final, un actor es siempre un actor.
Marsillach, Arrabal, Centro Dramático Nacional, Teatro de la Comedia… La escena fue su casa hasta que fue madre. ¿La televisión constituyó entonces un asunto sólo pecuniario?
Sí, sí: puramente pragmático. Cuando nadie depende de ti puedes permitirte una vida bohemia, pero cuando tienes un niño la vida se plantea de otra forma. Yo estuve dos años sin trabajar y reflexionando, jugándomela, porque es muy peligroso salirse de la escena. Pero cuando vas a favor de la naturaleza parece que las cosas siempre salen bien. Me di cuenta de que lo profesional tenía que estar supeditado a lo personal. Me presenté en la tele, y en el segundo casting me dieron el papel protagonista de El Súper.
Dice ahora que el de madre es el mejor papel que ha hecho en la vida. ¿Hay que reivindicarlo, está poco considerado?
El mejor, no: aún me queda toda la vida por interpretarlo, pero el más importante, sí. Soy una abanderada: impongo mi maternidad allá por donde voy. Y creo que hay que reivindicarlo, porque existe una insensibilidad y una visión arcaica de la madre como maruja. No se tiene en cuenta que estar al lado de un ser humano en ciernes es como tener en tus manos el futuro de la sociedad. En cambio, no hay apoyos a la mujer que trabaja, y yo creo que ésta es la pelea feminista de hoy. Abandonar a los hijos no beneficia a nadie. En cierto momento, las mujeres nos hemos equivocado queriendo eliminar nuestras diferencias con el hombre, y así, las mujeres con grandes puestos han despreciado la maternidad. Pues a mí eso me parece negarse a sí misma como mujer.
Natalia, entre todas las escuelas que ha frecuentado, ¿cuál ha sido la mejor?
No puedo decirlo, porque tengo una formación muy ecléctica: todo me ha servido en la vida, todo se suma y al final cada actor encuentra su propia técnica. Mientras unos racionalizan, otros somos más emocionales y físicos, pero lo que importa es desempolvar la capacidad de juego que uno lleva dentro.
¿También en su vida es usted una mujer todoterreno?
No, no, a mí me gusta la vida tranquila. Un personaje, cuanto más conflictivo, mejor, pero en la vida, lo contrario.
Dice Felipe Vega que el enigma de ‘Nubes de verano’ es la vida en sí. ¿A usted la vida le parece tan incontrolable como él dice?
Lo que la película cuenta es que si uno no contempla el riesgo se vuelve más vulnerable. No tenemos nada garantizado, y menos la vida, por eso hay que cuidarla.
¿A usted la vida le sonríe?
Lo intento, estoy en un buen momento, pero no es cosa fácil en este mundo donde parece que todo puede saltar de un momento a otro, y tampoco en esta profesión de sobresaltos.
Tiene usted un halo de chica triste, ¿es que la vida no le ha tratado bien hasta ahora?
No, es la proyección de mis personajes, que siempre son chicas con problemas, será que se me dan bien. Trato de preservarme, porque algo te contagian, te obligan a un trabajo de introspección y llegas a sentir a través de ellos, pero no hasta el punto de condicionar mi vida.
¿Qué es más difícil, enamorarse o amar?
Enamorarse es muy fácil, enseguida te crees ante el hombre o mujer de tus sueños, pero para amar hay que aceptar el lado oscuro del otro. La pareja nunca puede estar segura de su relación, hay que saber que es una apuesta y un trabajo. Compensa el esfuerzo, pero no hay nada asegurado: dura lo que dura.
Natalia, ¿qué tendría que pasar para que empezara a considerarse una estrella de su rango?
Nunca lo consideraré, jamás. Si alguna vez hablan de mí en esos términos, se me llenará el corazón de burbujas, pero yo sólo soy una artesana de mi trabajo que intenta lo mejor. El día que me crea infalible: adiós.
fuente: El Mundo (02.05.2004)